viernes, 1 de junio de 2007

ANTONIO JOSE DE SUCRE, GRAN MARISCAL DE AYACUCHO


EL ÁRBOL DE LAS TRES RAÍCES

EL árbol sacude sus tres raíces para oxigenar al hombre nuevo, íntegro, no corrompible que establecerá con su visión transformadora, la estructura social del nuevo milenio. Su ejemplo es una carga de porvenir que se vislumbra más allá de la palabra ajena que tantas veces intentaron perpetuar los labios sarcásticos del superficialismo, las injusticias y el imperio económico para imponer su doctrina de dominación y dependencia sobre los pueblos latinoamericanos. Venezuela abrió sus brazos a un futuro diferente y al abrigo de su sombra, se convirtió en ejemplo para el mundo. El pueblo despertó y asumió los cambios con la valentía de sus héroes Bolívar, Rodríguez y Zamora, expresada en un proyecto de vida original que promueve la generación de conductas y valores que abrirán paso al establecimiento de un orden de justicia social y de derecho para fortalecer la convivencia democrática. Un sentido de pertenencia jamás sentido, crece en el corazón de cada venezolano hacia la concreción de la revolución Bolivariana en todos los sectores del país. En este proceso, la escuela y sus maestros tienen la gran responsabilidad de alcanzar la utopía de Samuel Robinson: cuidar a todos los hombres de la patria desde la infancia, educarlos para hacer República, porque “no nos alucinemos, sin educación popular, no habrá verdadera sociedad”. Sólo de esta manera, dentro de un tiempo no muy lejano, la Venezuela posible será una realidad porque gracias a los maestros y a la escuela, el ejercicio ciudadano será la expresión del compromiso del hombre con la libertad, la solidaridad, la tolerancia, la dignidad y la defensa de los derechos humanos.

LAS PALABRAS EN EL VIENTO


En el viento, las palabras suenan bien pero no se quedan se trasmutan se pierden... porque nadie las retiene Te sientes incómodo porque no puedes hablar. Te vigilan no sólo desde afuera sino también desde tu propio abismo. El jefe nos había dicho que llegaba un turista con mucha plata, tremenda nave y bañado en oro. Siento la inutilidad de mi vida como si dentro de unas horas ya no seré un vivo más en este sitio de putrefacción y muerte sino una espesa niebla que se diluye en la oscuridad de los silencios. No cuentes lo que sabes ¡Ya entiendo! Las palabras se las lleva el viento. El cadáver te reclama cada noche su inocencia. Sin palabras. Pero el jefe dio la orden: ¡toma esta pistola, espéralo a las cinco, cuando salga del hotel, quítale el maletín, el oro y te vas por la orilla de la playa hasta que llegues al cementerio! Así me dijo mientras aspiraba ese viento blanco que emana de casi todos los que me acompañan- Luego agregó: ¡Allí te espero! Dos días después, ¡Vaina! ¡Tremenda vaina!...Llegaste temprano. Esperaste al turista y lo amenazaste con tu arma prestada. ¡Alto! ¡Esto es un asalto! Los ojos exorbitados del hombre te miraron desde el más allá para recordarte sin palabras, que mañana podrías ser tú. Pero el jefe no te esperó. Allí estaban los dos uniformados corruptos de siempre en su jepp blanco para ocultarte. Ellos me escondieron algún tiempo para que la guardia no me encontrara. ¡Ah! Pero me quitaron el maletín y me ordenaron que huyera playa arriba. Se armaron con más de cincuenta millones. El resto de lo que fue esa mañana, tú lo sabes Siempre playa arriba, bañado en sol y salitre. Mi amigo iba delante, asustado jamás había visto un muerto. Te alcanzaron. En sueños veo al Ronco, inocente en su primer trabajo. Lleno de miedo porque sabía que lo lincharían si decía una sola palabra. También lo recuerdo sentado en su mecedora con dos balas en la frente. Un enfrentamiento, dijo la policía. El Ronco y yo sabemos que no fue así. Todo el barrio sabe lo que allí pasó. Nadie les cree. Todo volvió a la normalidad. El jefe levanta una fortaleza sobre la acera para que nadie llegue hasta él. El chino vende las armas. El fiscal se deja sobornar. Otros niños, menores que yo, inician su carrera por los bajos fondos en la fortaleza, mientras la mamá del Ronco vomita improperios contra la vida. Los uniformados van como siempre, todas las tardes al barrio a buscar su parte de carabela. A todos martillan por su silencio mientras que a ellos, los martilla la vida. Mañana, si es que te sucede, las palabras del otro serán verdades en la fiscalía, las tuyas, se las llevará el viento. No cambia la vida sólo con la intención. Tu vida será una palabra más, sin sentido en el viento, en este universo de engaños que se pudre en las cárceles de mi país. ¡El jefe me dijo que teníamos un negocio bueno! Pero Ronco mató al turista. ¡El no lo mató! Acompañé al Ronco y te aseguro que no lo mató. Era su primer trabajo. Iba cagao. No tenía bolas. Me llevaba algún tiempo en este negocio. Después de la muerte de Ronco caí preso. Allí no hubo enfrentamiento. Ellos lo mataron para que no hablara. Me dejaron vivo de vaina. Pero me amenazan a diario. Algún día, cuando salga de aquí -si es que salgo-, ya ellos habrán muerto mientras yo, acostumbrado a la vigilancia de los otros, intento escapar por esa rendija donde el sol cada mañana se asoma y me despierta para avisarme que sigo vivo ese día, ¡escribiré un libro así de grande! ¡Carajo! Para ver si mis palabras no se las lleva el viento y entonces, todos sabrán que el Ronco era inocente.

LAS PALABRAS.

Amaneció el día diferente. ¿Qué había cambiado? Todo en la biblioteca parecía un revolotear de mariposas perdidas bajo la fuerte luz de la bombilla. Recorrí los espacios en busca de una razón, del origen de aquel efecto que amenazaba con borrar los últimos escritos del insomnio. Amaneció y había perdido todo deseo por escribir. Las palabras. Las busqué y no aparecieron donde solían estar. Intentaba dar libertad a las ideas y las buscaba entre mis manos. Atrapadas en el puño sentíanse incómodas, maltratadas y gritaban obscenidades para hacerse libres. A veces, las dejaba en la habitación, sobre un papel cualquiera. Entonces, caminaban por los libros, se trepaban sobre las lámparas y caían alegres en el papel; bailaban y reíanse de mi angustia. Ya cansadas, hacia el amanecer, se rendían de sueño y entonces, tomaba mi cámara escondida, las grababa y revelaba hasta hacerlas nítidas en el amarillento cuaderno donde registraba sus travesuras. Muchas veces, las lanzaba por la ventana y recorrían la ciudad. Al día siguiente, despertaba y al no encontrarlas, corría a la habitación de mis hijos. Allí, entre las sábanas, las agarraba in fraganti, correteando sobre los cuerpos dormidos; tarareando canciones infantiles, inventando jerigonzas, jitanjáforas o simplemente, contando historias de muertos y aparecidos. Muchas veces, las sentí caminar por la cocina. Se bebían el café y reían de sus trastadas. Me sentaba y disfrutaba de sus juegos y palabreras. Cuando se dirigían al lavandero, las seguía y al sentir mi presencia, las traviesas, escapaban por la cañería... Entonces, llamaba al plomero, las rescataba y volvía a pegarlas al papel. Abandonadas a su suerte sobre un sofá, lloraban la ausencia, disculpábanse y volvían a ser libres. Nadaban sobre mis angustias, reían con mis alegrías y permanecían atentas a mi llegada después de un largo caminar por diaria rutina. Pero, ese día habían decidido otra cosa. Por allí andan ahora. Desperdigadas por el caserón, desaliñadas y torpes. Perdieron su sentido. No hay manera de recuperarlas. Extraño su inocencia, su fragancia escondida y revolotear sobre mi cabeza. Llevo días buscándolas debajo de los libros, en los potes de cocina, en el jardín, en los bultos escolares, en las casas de mis enemigos o en las desoladas calles. Todo ha sido inútil... Hace poco, intenté colocar un aviso en la prensa local. No han salido de la ciudad, estoy segura –no poseen cédula de identidad ni partida de nacimiento- Un poeta que atendió al llamado de la angustia preguntó con seriedad si me encontraba bien. Ayer, mientras viajaba a cualquier parte, alguien me observaba. Al volver la mirada hacia el horizonte, con alegría descubrí que el paisaje estaba lleno de ellas... ¡Irresponsables! Allí estaban. Colgadas de los árboles, bañadas de sol. Se sumergían risueñas en la quebrada de los ríos y saltaban sobre las piedras. Unas, escribían con las nubes mensajes de despedida y otras, sigilosamente se asomaban por las rendijas del sol. Decidí llamarlas nuevamente. Una a una las toqué con sus nombres: azul, risueña, amor, juventud, vida, primavera, yo, tú, hijo, vuelo, desalojo, extravío, dolor, risa, hogar, alegría, sol, verde, naranja, padre, dorado, mujer, negrura, amigo, verdoso, blanco, nube, agua, lluvia, grama, noche, ave, laguna, mar.... Iba entonces en el autobús y hablaba con ellas. Los pasajeros me miraban extrañados. Cuando bajé, un rumor tocó mis espaldas. Los compañeros de viaje me señalaban y reíanse. Ellos no sabían... No volverán... Desesperada ya por tanto tormento, preferí esperar en silencio. Si antes pensaba alcanzarlas, atraparlas y encerrarlas entre mis manos ansiosas, ahora, desisto de la idea. No puedo comprometer mi nombre... He decidido no escribir más hasta que aparezcan... Esperaré en silencio sin comentar mi secreto... Ya volverán las furtivas palabritas...

GUERRERO

Después de leerte, me fui al mar. Sin más pensamientos que aquellas palabras de poeta amado. Allí, donde una vez dejé de comer para pensarte, intenté atraerte desde mis regresos. A veces me sacude la duda de no saber si te envolverás entre mis olas tranquilas, serenadas de tu imagen. Otras veces, el sol enfría las alas del verano para alejarte hasta que, de nuevo en la presencia algo indica que aún sigues allí. No existe sentimiento que impida este constante devenir en tus palabras, tu mirada, tu pelo recién cortado. Tus manos asidas a las mías. Tus labios rozando apenas los labios que te nombran. En un vivir de angustias. En la pena de no saber qué piensas en este ingenuo ser que te sueña. Entonces, se apagan los olores de la duda. Entonces, te sentí venir desde la niebla, desde la profundidad de los mares, desde la mirada perdida. Y entonces, lamenté no encontrarte antes. Antes de esta vida enterrada entre libros y olas. La noche ofrece los más hermosos pensamientos. El mar, imagen viva de mis internos te llama. Los poetas solemos ser tormentosos. Por ello, busco sus aguas profundas para acallar las angustias que me embargan. Los deseos más amados. En este momento, escribo para ti como si existieses siempre. Al final, me invade la tristeza con sus garras ponzoñosas cuando se diluyen los deseos de la madrugada, como si en verdad te hubieras separado de mi cuerpo. A veces te siento desesperar desde las distancias. Escapo de tu vista para no perder este sentimiento hermoso que me invade toda. A veces, huyo de ti como el pequeño ciervo de su cazador y busco refugio en los más íntimos pensamientos del pasado. Pero, al no sentirte cerca, me ahoga la pena de no verte y decirte por ejemplo, ¡Te cortaste el pelo! No sé por cuánto tiempo durará esta alegría de saberte en mi poesía.