domingo, 27 de julio de 2008

DISCURSO PRONUNCIADO POR SIMON ANTONIO RUIZ DE LA ROSA


LICENCIATURA EN EDUCACION MENCION AGROPECUARIA- PROMOCIÓN LISANDRO ALVARADO -UNIVERSIDAD SIMON RODRÍGUEZ- DISCURSO PRONUNCIADO POR EL LICDO SIMON RUIZ ANTE EL BUSTO DEL GENERAL JOSE FRANCISCO BERMÚDEZ. CARIACO, 25 DE JULIO DE 2008

Sea propicio el momento de tan memorable encuentro para volver la mirada hacia los valores de nuestro pasado histórico; que nos motiven para hacer posible ese futuro provisor que estamos construyendo para nuestros hijos y para nuestro pueblo. Bien vale la pena entonces, evocar la imagen de aquellos héroes que como José Francisco Bermúdez, nos legaron con su ejemplo de vida, valor y lealtad, una patria libre para sembrar esperanzas.

José Francisco Bermúdez o José Francisco Bermúdez Pueblo como solían llamar a este insigne prócer oriental, valiente entre los más valientes, fue uno de los caudillos orientales más aclamados por su pueblo, a quien decía continuamente representar. Antes de ir a la guerra; era un agricultor de esta zona, que un día de abril del año 1810 decidió abandonar la tranquilidad del campo, para tomar las banderas de la revolución y luchar contra las injusticias del sistema colonial.

Muchos lo describen como un hombre impetuoso, de extraordinario carácter, tan íntegro, que supo dejar de lado las diferencias que tenía con el libertador, de quien fue un severo crítico, para lograr la libertad de la Patria. La vida de hombres como Bermúdez nos sirva de guía para avanzar en nuestro desempeño futuro como personas y como profesionales. También, nos debe llamar a reflexión para interpretar y comprender la realidad de los nuevos tiempos, tiempos de cambios signados por una crisis que se evidencia en la multiplicidad de discursos que reflejan la angustia del hombre actual. Pero lo cierto es que ésta no es una crisis de Venezuela no, este es un proceso que se está generando a nivel mundial.

En esta crisis, mucho ha tenido que ver la idea de progreso como cura de todos los males, asociada al sueño de la cultura moderna, el consumismo y el consumido. El drama de nuestro tiempo es que hemos antepuesto los objetos, el individualismo y el mercado sobre las personas. Hoy, la humanidad reclama un nuevo destino que coloque al ser humano por encima de todo.

Venezuela nos reclama hoy más que nunca, ser constantes, leales y perseverantes como nuestros héroes, como Bolívar, Simón Rodríguez y Bermúdez, en nuestra lucha por un sistema social, económico y político que ofrezca a sus ciudadanos la mayor suma de felicidad posible. Necesitamos entonces, infundir en nuestras conciencias la importancia de los procederes éticos que, indistintamente de la religión o ideología política que profesemos, nos mantengan unidos y comprometidos en la búsqueda de lo verdadero y lo justo a través de una disposición constante a favor del diálogo, el entendimiento y la resolución de los conflictos generados por la convivencia.

Este acto en el cual disfrutamos la concreción de una meta trascendental en nuestra vida, es una muestra más de que la unión es clave para alcanzar los sueños. En él, se abrigan todas las esperanzas que vinieron con cada uno de nosotros cuando ingresamos a tan prestigiosa casa de estudios para hacernos profesionales. Y como vemos, sin el apoyo de la UNESER no hubiera sido posible.

Gracias profesores y profesoras por sus orientaciones, por esa mano cordial que siempre estrechó la nuestra y nos acompañó en esta experiencia maravillosa para que nos desarrolláramos personal y profesionalmente. Gracias por su paciencia, dedicación, por su ejemplo de constancia. Los alumnos de esta promoción nos llevamos de ustedes la mejor imagen, símbolo de la excelencia También vaya nuestra gratitud a nuestra familia, por confiar en nosotros y apoyarnos moralmente sin esperar nada a cambio. Gracias por estar siempre a nuestro lado, por permitir que hoy nuestra vida tenga un nuevo horizonte.

A ustedes compañeros, a título personal los felicito por formar parte de este gran equipo de profesionales que con una nueva visión transitará los caminos de la patria en busca del hombre nuevo que el país reclama para su transformación social, económica y cultural. La patria nos necesita íntegros, honestos, leales, solidarios, comprometidos con su cultura, sus problemas y con sus raíces. ..GRACIAS.

lunes, 7 de julio de 2008

CONTINUIDAD DE LOS PARQUES. JULIO CORTÁZAR (MICRO-CUENTO)

Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intromisiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, adsorbido por la sórdida coyuntura de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arrollo de serpientes, y se sentía que todo está decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.
Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.

LA SOLEDAD DE AMÉRICA LATINA

[Discurso de aceptación del Premio Nobel 1982 -Texto completo]

Gabriel García Márquez

Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.
Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonio más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los Cronistas de Indias nos legaron otros incontables. El dorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecillas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro.
La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santana, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general García Moreno gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial. El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en París en un depósito de esculturas usadas.
Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 mil muertes violentas en cuatro años.
De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 10 por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América latina, tendría una población más numerosa que Noruega.
Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.
Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna. Aún en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes.
No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo.
América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental.
No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.
Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios.
Un día como el de hoy, mi maestro William Faullkner dijo en este lugar: "Me niego a admitir el fin del hombre". No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.
Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.
Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.
En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía. Muchas gracias.

sábado, 31 de mayo de 2008

SOÑAR CAMINOS - ANTONIO MACHADO

Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...

¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero,
a lo largo del sendero...
-La tarde cayendo está-.

En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día;
ya no siento el corazón.

Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.

La tarde más se oscurece;
y el camino se serpea
y débilmente blanquea,
se enturbia y desaparece.

Mi cantar vuelve a plañir:
Aguda espina dorada,
quién te volviera a sentir
en el corazón clavada.

(ANTONIO MACHADO)

ANA ENRIQUETA TERAN, suplicante

La súplica, la oración, el ruego, el clamor atraviesan la voluminosa obra poética de Ana Enriqueta Terán, obra que Patricia Guzmán no puede definir sino al abrigo de algunos de los versos de su libro Casa de hablas: "abastecida de mitos, / lograda en luces y distorsiones del día, / señalada
por los más nuevos como lenguaje tutelar…". Lenguaje-cuenco-vasija del que emergen rimas, metros, ecos rítmicos con los que despierta a sus antepasados o calma a sus perros o se entrega al "Místico Tráfico: acercar el ave a la sombra del corazón". Y en ese camino no olvida bendecir, junto al ave majestuosa, a su suelo, al cielo y a la raza que reivindica
Nunca ha tenido tablas de salvación, ni puentes para llegar, para partir, "el estallido sí el estallido sin lucidez adentro". A qué la lucidez, a qué la luz, a qué la claridad, si la morada debe estar oscura para acceder, para caer, postrarse, hincarse y besar con las rodillas el óvalo celeste en el que se gesta el pájaro, la rosa, el girasol y el verbo. El verbo que empuña para santiguarse y cuenta a cuenta -¿de un rosario, de los pétalos de un rosal, de un collar?- dictar su legado "Con humildad, creyendo, hablando de la rosa y su levitado sarcasmo (…) despojada de méritos frente a impávidos dioses".
Mas no frente a nosotros, impávidos seres que atisbamos el cielo o el infierno, el paso de los días, a través de la cuenca de sus ojos, donde se posa el águila "como anuncio de enrarecidas visiones". La visión del confín, del último y esquivo límite, de la línea que aletea para que un día amanezca y halla donde guarecerse de lo íngrimo, de lo agreste, y el ser dé con la palabra, y la palabra dé con ella, con Ana Enriqueta Terán.
Ella que ha abierto todas sus casas para recibirnos, ataviada con los tantos libros que ha escrito, obsequiosa, atenta, alerta, avisada de que "A veces la palabra incorpora persigue / otras la luz persigue incorpora un pelícano ardiente. Palabra: aceite, noche manando tropa de bisontes: / pozo negro rebasando los muslos".
Y es que haber sido elegida para oficiar la palabra no supone haber sido salvada, supone tener el corazón sembrado de temor y de temblor. Supone interrogar e interrogarse: "Pero quién asesinó a los ángeles. La culpa mía es otra. / Voy detrás del cortejo recogiendo guardando lo que cae".
Lo que cae entre sus manos sobrevivirá, será bordado con hilo de oro, será enhebrado entre las hojas del árbol más alto del patio de su infancia, será tallado en la corteza de su árbol genealógico -a la sombra del cual ha honrado a sus ancestros trujillanos, ha amado la tierra y ha sembrado junto a su hija Rosa Francisca semillas de girasoles, unos oscuros, otros incandescentes-. Porque ella lo ha confesado y no pocos lo han divulgado: "El pasado para mí es como un gran mural absolutamente vivo, dentro de un orden implacable, dentro de una lucidez aterradora. Mi pasado se forma con nombres propios de personas, animales, haciendas. Nombres entrañables de madres, primas hermanas, tías solteras… hermanas menores, sobrinas, mis sobrinas de hoy. Estas son las mujeres. Después vienen nombres de varones míticos…".
Nombres que resguarda bajo el techo de cada uno de los cielos en los que ha levantado una casa, tras la poesía y más, tras su aullido, su voz original. Por ello en su itinerario resuenan los nombres de tantos lugares, comenzando por su Valera natal, pasando por Barquisimeto, Puerto Cabello y Caracas -"refugios" que se vio obligada a tomar la familia como víctima de persecuciones políticas- hasta, luego de una ruta diplomática que la llevó del sur del continente, a París, La Entrada, Morrocoy, San Antonio de los Altos, La Asunción, Jajó, absolutos paisajes que sólo existen cuando ella se los lleva a la boca.
"Es extraordinario cómo el entorno hace tanto en mí, cómo me nutre sin yo proponérmelo. Decanto el paisaje y se convierte en intimidad".
A la más radical intimidad se consagra Ana Enriqueta Terán. Optó por el confinamiento. Arrastrada por esa pena aflictiva con la que vienen marcados aquellos a quienes les fue dado ver, o que osaron ver hasta donde el ojo humano es capaz de alcanzar; es decir, hasta el confín, hasta ese invisible-adelante también llamado horizonte, el horizonte sensible, ha sido condenada a sufrir el confinamiento.
iteralmente diríase que está obligada a residir en cierto lugar, en libertad pero bajo vigilancia. Bajo la vigilancia de algo, alguien a quien aun ella no alcanza a oír. O si lo oye, no recuerda qué dice, qué canta.
Pero nadie como ella misma para vigilarse, para escarbar entre los escombros del tiempo glorioso y del tiempo ungido de fatalidad. Ana Enriqueta entonces se perfila como una esfinge suplicante, una que bajó la cabeza, se descalzó de toda mundanalidad y buscó la soledad "a conciencia porque quise saber si era poeta o no y entonces busqué una circunstancia donde pudiera ver qué había de cierto en todo aquello que estaba escribiendo".
Ya corre el año 1961, París y el versolibrismo le han dado que beber -"el verso libre me solicita y voy a él con respeto y autenticidad"-, sin que llegue a dudar del gran Góngora, sin renunciar al rigor liberador que le deparan las formas clásicas. Reside en Morrocoy, donde "la palabra comienza a ser hueso y semilla pulida de trópico. Antes se nutría de entornos grandiosos, ahora, viviendo en Morrocoy, toma de gentes, paisajes, objetos, una delicada, reverencial, casi mística humildad".
Como los místicos, perderá peso y firmeza su cuerpo porque a más leve el andar, mayor capacidad para "sobrellevar cargas insostenibles de verbo ante la pureza de los objetos". También mayor será su entrega al grado cero del existir, el apetito de pan y pescado salado entre sus manos, el apetito por tejer y bordar, el apetito por dar carne de su carne, el goce ante la maternidad. He allí su reino, frente al mar abierto que la inicia en "el sortilegio de los oficios"; y así entre aguas, transpiraciones, humores, "el amor se convierte en prodigiosa materia de cantos" y nace el Libro de los oficios y engendra el Libro en cifra nueva para alabanza y confesión de islas.
Estos títulos llegaron precedidos de Al norte de la sangre -sangre de sus padres, de los suyos, con la que riega y cultiva la rosa oscura de su memoria- y Verdor secreto, con el que se alza para cruzar los espejos del universo y conmocionar a otros poetas y robar la atención de la desde entonces reconocida poeta uruguaya Juana de Ibarbourou, quien al prologar dicho libro advirtió la voz de Santa Teresa entre los versos de Ana Enriqueta Terán: "un eco (...) una raíz de la ardiente mujer de Avila, están en su acento y sus raíces que se ahondan para nutrir con jugos temerarios, la flor de granado de su poesía".
Y pasa a nombrarla como "una vestal poseída por el culto del dios", como una "sibila misteriosa". Y sucedió lo inevitable, y es que se encandiló Ibarbourou con ese halo de fuego que prefiguró el sino de Ana Enriqueta Terán: "En esa joven mujer que sufre su poesía y la realiza entre llamas, ya parece advertirse una luz curvándose en torno de la frente. Tiene el ímpetu y el olvido de todo, que cercan a los que traen una misión".
Cercada por lo absoluto, confinada a tomar nota de las pasiones del alma, exiliada del ruido y de las imposturas, inocente pero encarcelada en las redes de la belleza que le fuera concedida, Ana Enriqueta Terán ampara con su escritura a la poesía toda, a la poesía que exhala la gracia y la desgracia del estar aquí, en perpetuo tránsito. Ella no tiene edad. Nació marcada. Y llegado el día, hemos de ser capaces de decir, diáfanamente, cada uno de los versos que componen esa Autobiografía en tercetos -que se niega a publicar en vida- y que viene escribiendo aferrada a cada uno de sus sentidos, desde las estancias que la han habitado, desde el centro de la morada que sólo ella -que ignora su propia luz- ilumina para que lo innombrable sea escuchado.
Lo innombrable fue tarea pendiente siempre, aun cuando tan sólo por el intervalo de tiempo que viviese en la isla de Margarita. "En Margarita la palabra es piedra y sequía. El entorno insular me afecta de manera profunda, acaso en beneficio del poema.
El texto surge en carne viva, impúdico de tanta verdad (…): Secar rabias, fingimiento en torno a familias / desposadas con la locura. // Nadie con piso donde afirmar decencia / ni frente ratificada en lo oscuro".
Algunas heridas sanarán por virtud de lo alto, allá en Jajó. "La montaña me devuelve suficiente menudo para la evocación y cómo fueron mis ancestros, cómo las haciendas perdidas, cómo los cultivos de caña y café…". Diríase que la epifanía de la infancia se hizo posible una vez más para Ana Enriqueta Terán y que los dones para la poesía le fueron renovados: escribirá sonetos, pasará de Casa de hablas al Libro de Jajó y a la Casa de pasos. Y se volcará sobre los primeros tercetos de un periplo inédito, aunque tenga su nombre y su imagen de virgen y mártir coronada de palabras, que brillan en sus labios sin que ella se percate en demasía.
"Ni antes ni ahora he sabido de artes poéticas. No conozco nada de lo que se ha dicho sobre esto. En mí hablan intuición y 'conocimiento' ante el hecho-poema. Idea y lenguaje forman una misma esencia para ocasionar lo inmediato del verso. Una misma transparencia mezcla tiniebla y luz en latidos de lenguaje".
Latidos del lenguaje, latidos de sangre que (nos) dan aviso desde los confines del alma de Ana Enriqueta Terán, la suplicante del verbo, hecho carne en ella.
"No me quejo no os pido el arpa ni los números // ni contribución ni dádiva infinita. // Eso sí velad por lo poco y por lo mucho // no olvidéis que yo tengo inmensos cementerios/ de cal viva y sedienta".

lunes, 18 de febrero de 2008

GUERRERO

De repente, me encuentro pensando en ti bajo la lluvia sin que me asista la seguridad de que tus pensamientos son los mismos que ensordecen mis sentidos, a veces tan puros, tan irreverentes, tan como son. En la infinita transitoriedad de la efímera existencia siento el ahogo de su impermanencia. Y entonces, asoma tu recuerdo a mi presencia buscando una excusa para tenerte cerca y no dejarte ir. Entonces, decido tomar mis ropajes para ti. Selecciono de entre ellos aquél que al vestir mi cuerpo lo ilumine, los zapatos que permitan alcanzar tus estaturas de roble, y accesorios que me muestren más indígena. De repente, salgo vestida de lluvia por las tardes e intento alcanzar tus tempestades. Atraerlas a mi pecho deseoso, y bañarme con ellas hasta el infinito.

Si me lo permites. Tomaré tu boca de guerrero ausente. Beberé en tus labios los soplos de vida que a mi aliento faltan y en la augusta soledad de los silencios haré tus pensamientos mi alegría. Si me lo permites, he de acompañarte desde mis angustias, desde mis deseos, para celebrar el regreso de las tardes a orillas de la playa. Emerger desde los azules, donde tus sentimientos se confunden con los míos. Si me lo permites, intentaré hacer mío tu cuerpo en los orígenes. Navegaré tus impenetrables turbulencias hasta renacer juntos desde las cenizas.

Después de leerte, me fui al mar. Sin más pensamientos que aquellas palabras de poeta amado. Allí, donde una vez dejé de comer para pensarte, intenté atraerte desde mis regresos. A veces me sacude la duda de no saber si te envolverás entre mis olas tranquilas, serenadas de tu imagen. Otras veces, el sol enfría las alas del verano para alejarte hasta que, de nuevo en la presencia algo indica que aún sigues allí. No existe sentimiento que impida este constante devenir en tus palabras, tu mirada, tu pelo recién cortado. Tus manos asidas a las mías. Tus labios rozando apenas los labios que te nombran. En un vivir de angustias. En la pena de no saber qué piensas en este ingenuo ser que te sueña. Entonces, se apagan los olores de la duda. Entonces, te sentí venir desde la niebla, desde la profundidad de los mares, desde la mirada perdida. Y entonces, lamenté no encontrarte antes. Antes de esta vida enterrada entre libros y olas. La noche ofrece los más hermosos pensamientos. El mar, imagen viva de mis internos te llama. Los poetas solemos ser tormentosos. Por ello, busco sus aguas profundas para acallar las angustias que me embargan. Los deseos más amados. En este momento, escribo para ti como si existieses siempre. Al final, me invade la tristeza con sus garras ponzoñosas cuando se diluyen los deseos de la madrugada, como si en verdad te hubieras separado de mi cuerpo. A veces te siento desesperar desde las distancias. Escapo de tu vista para no perder este sentimiento hermoso que me invade toda. A veces, huyo de ti como el pequeño ciervo de su cazador y busco refugio en los más íntimos pensamientos del pasado. Pero, al no sentirte cerca, me ahoga la pena de no verte y decirte por ejemplo, ¡Te cortaste el pelo! No sé por cuánto tiempo durará esta alegría de saberte en mi poesía.

Sin quererlo, me enamoré de tu presencia. Mi dulce guerrero ausente. Todas las tardes vuelo hasta la orilla de aquella playa que te sueña. Busco entre las tranquilas aguas las huellas de un amor no consumado. Imposible e ignoto. No tengo valor para desentrañar sus orígenes. Temo no encontrarte algún día. Temo morir sin abrazarte. Temo a la oscuridad del sueño y a la lucidez con la que tanto te extraño.


Desde ayer te busco insistentemente. Eres sólo sueño Escarbo ojos transeúntes en el alma de los hombres. La sola idea de no hallarte atrae tristeza y lejanía. Mi buen guerrero. Te invento cada mañana en el vuelo de las aves. El regreso de algún barco. Un alcatraz. Volaron las esperanzas. Las vivencias, sólo sueños. El ahora, mar de angustias. Altas temperaturas por las noches y temor invaden los espacios. Este romanticismo extemporáneo rompe con la poesía. Confesiones moribundas. El silencio entrega en su alma de plata un susurro. Escasa serenidad. Te dejas sentir entre la brisa como el siempre guerrero amado ausente. Cedí a los miedos. Al guerrero de mis sueños. Rendida estoy cual enemiga. Hará de mí lo que quiera.


Tres días, tres siglos. Recrear la vida en un momento. Temporal de encantos abrazados. Árboles aferrados a la orilla por temor al vendaval. Tres días tres siglos. Huir del desconcierto. Que producen los gratos recuerdos. Los inolvidables ratos. Estancias prohibidas. Volver a nacer. Volver a la vida, intentos perdidos. Más allá. Al otro lado del mar. Tu vida. La transparencia de una imagen se pierde en infinito. Ahora. Grises turbulencias empañan vivo recuerdo. Los celos. Con sus garras de hambrientos gavilanes presagian despedidas. Hurgando sobre recientes heridas. No hay retorno. Será necesario vivir otra vez para hacer de cada alegría un eterno regreso.

Escuché su voz al fin. Un rumor de música solemne y silenciosa pobló mis espacios. Tocó al oído. Trae sosiego a mi alma. No importa si es adiós o noticia no deseada. Alegra mi vida. En el dolor y las alegrías deseo escuchar al eco. Recordarte cada instante en este sueño que te sueña. Su voz. Su voz. Palabras acariciando los oídos. Palabra no escuchada por siglos. Regresaré a la vida si la vida se marcha. Volveré para dejar que te encuentre. En esta batalla sin fin, acuartelada estoy. No hay regreso. Imposible volver de manera sensata. Amarte y nacer dan igual a morir en ti. No deseo otra vida ajena a este sentimiento. En esta noche de amaneceres muere una esperanza. La vida toda, inquietud, desesperanza. Caminan sin rumbo mis versos. Todo lo quieren decir. Prohibido el encanto. La barca. Su pito extraño eco. Eco que invade el paisaje todo. Te extraño allí Guerrero de mirada dura. En esta isla, tan llena de libros, papeles y olores a café y cigarrillo, te extraño guerrero ausente. Tu imagen luce pura a mis sentidos. Invita a soñar desde los ensueños. En suaves caminos se convierte la poesía.

No quiero pensar en la obligada palabra “olvido” Prefiero visitar las trashumancias. Buscar aquel otro significado de la vida. Olvidar, castigo de quienes han osado tocar encantos ajenos. Aprender a vivir mirándote desde el azul. No existe mayor castigo que dejar de mirarte. Acepto las reglas que necesariamente, impone la vida. Viniste tardíamente. ¿Quién habrá inventado la palabra olvido?. Es tan fácil vivir de recuerdos? La vida está concebida de recuerdos y misterios. Todo lo demás, experiencia que enriquece ese inventario.

Probablemente, para quien no posea algo o nada, esto poco significará. Para quien te haya poseído sin jamás haber tenido algo, será la máxima riqueza. En estos momentos me pesa en vida no haber cubierto las expectativas del guerrero distante. No fui lo suficientemente amor esperado. A veces, las circunstancias oprimen. Es difícil ser quien se es. Dame una tregua! Permite me acostumbre al nuevo esquema. La vida me impone sus patrones. No marches ahora. No deseo pasar por la vida como quien pasó volando. Sin haber sembrado el más pequeño sentimiento, el más dulce recuerdo.


Hoy en el parque, me pareció verte como una sombra transitar las empedradas veredas. Mientras ellas practicaban yoga. Parecían chiquillas traviesas bajo la concha acústica. Venías hacia mi con dos niños atados a tus manos. A tus espaldas, ella, joven, cargando a un recién nacido. Mis esperanzas cayeron como lo hacen las hojas del verano. Aquellas que los árboles entregan al aire hasta dejarlas caer al suelo húmedo. Más allá, a lo lejos, un camión lleno de hombres. Repicar de timbales anunciando las próximas fiestas. Todos ríen, son felices. El universo los imita. Mi corazón siente nostalgia. Distraigo la mirada hacia otro sitio. La humedad se asoma en mí al descubrir el espejismo. El hombre sacude del piso las hojas secas. Intenta limpiarlo con un ramaje que figura escoba. El pedazo de palma verde asea obedientemente los caminos del parque. Va vestido en azul de dos tonalidades. Claro y oscuro. De espaldas a mi, frente a la basura, impulsa los abrojos hacia la verde grama. Sacude la palma como se escurren las penas de su alma. Todos hacen lo mismo mientras yo, detenida en este verdor sin tiempo ni testigos no hago más que recordarte.
Ayer estuve en el mar. Nuevamente, la mirada se extendía hasta el vasto horizonte donde –supuestamente- te encontrabas. Frente a mi, el azul de Salmerón cubría mis sentidos y como Cordera, suspiraba creyéndome dormida. De repente, me aturdieron los celos de saberte en otra boca y apresuré la partida para no mirar más la lejanía entre las aguas. Hoy, decidí llamarte. Las inquietudes no sanaron. Juré desde entonces, dejar pasar la vida como el destino lo indique. Impaciencia ciega mi espíritu. Busco afanosamente en los recuerdos aquella locura inacabada para reír y disfrutar de ese momento inolvidable. Descubrí finalmente, que por donde pasamos, vamos dejando las llaves, pasos, una mirada, perfume de mujer, parte de nuestra existencia. A cada paso, dejamos en el camino algo de nuestras vidas. Quizás cansancio o deseo inacabado. Entonces, somos aves migratorias de regiones frías. Volamos en cotidiano hacia lo eterno. Mientras la vida, camina hacia el ocaso. Es por eso, vida que te extraño en esas meditaciones de viajes y regresos por los caminos del tiempo. Te extraño en las partidas. Te extraño en la brisa del mar que acaricia mi rostro envejecido, el cuerpo, el universo. Entonces, amante, valiente guerrero, distante vida, sueño, respiro, mi boca muere de sed infinita por ti. Finalmente, de tanto marchar lentamente, de tanto recorrer caminos, tú, vida me has dejado sola.

Sigues allí. Siempre allí, guerrero ausente. Indiferencia labra caminos con lanzas de bronce. Acostumbrado a no tomar decisiones acertadas, dejas perder sueños para dar paso a desesperanzas. Inútil los intentos. Inútil seguir apegada al sueño de eterno navegar y los regresos. Continúo sola en mar de ensueños. Navego sin rumbo hasta lugares perdidos. Quiero encontrarte. Siempre encontrarte. Las velas del sueño errante envejecieron de tanto buscar al sol entre los hielos. Entre los húmedos caminos. Rendida. Rendida al fin, brújula cae. No permite abrir otros caminos. Se detiene en navegaciones y regresos como quien vara su barco en el camino. No más buscarte en sueños. Detengo las páginas de la historia escrita para ti. Comienzo a buscar mis ilusiones. Dejare que agua penetre la tumba y arrase todo desde las embravecidas olas. Desérticas quedarán las palabras cuando nostalgia todo lo acabe. Y extrañarás entonces, la ignota presencia que te canta. Lamentarás no haber surcado el horizonte. Todo se volverá un canto a la desesperanza.
BETINA DE LA ROSA

EL POEMA DE LOS OTROS

Hablar de verdades, a veces, es hablar de mí.
Betina, 1987

El poema de los otros llueve sal en la mirada impasible de poetas, tiempos y nostalgias. El poema de los otros lleva al azul marino, costa cercana a otros poetas, donde pululan llagas dolientes y exiladas.

El poema de los otros, se desliza por oscuras memorias donde duermen las almas en desvelo, sábanas blancas, espumas, claridad, entristecidos pasos, resaca y extravío, renuncia, eterno desalojo y recuerdos perdidos.

No quiero doler en el poema de otros poetas ajenos. Quiero sentir. Alegría que se esparce sin penas ni silencios. Aquel otro dolor que una vez no se escribió. El poema, un canto, una esperanza, pero fuego, ojos de otros convirtió desamor Ahora es verso breve, lágrima eterna juntos. Bocas de mar. Alguna vez cantó.

Flamean banderas, barcos ajenos con versos de otros, indiferentes, con rondas y canciones. Vienen y van. Preñadas ilusiones en azul y sal. La nostalgia lee poema de los otros, con acuciosa delicadeza, deletrea cada verso transitorio y poco usual. Muchas veces duele junto al mar. No sabe de muertes, y se arrodilla frente a la palabra ajena y en sus manos lleva ramos de voces infinitas, perdidas en el tiempo.

A veces canta y reza con palabras deshechas. Hojas sus oraciones, poemas desquiciados. No quiero doler más en el poema del otro aquel otro poema que una vez no se escribió. El poema era canto de olores libertarios que fuego de otras voces. Esclavas. Pobladas. Desamor. Ahora es verso breve, lágrima eterna con olores de otros tiempos, llenos de reveses, quemados por el sol.

El mar estaba entonces tan lleno de virtudes que Neruda cuántas veces su pintura cantó. Salmerón doliente abrazó sus ilusiones sobre el azul sereno lleno de esplendor. El poema de los otros camina hasta la orilla de algún mar encantado repleto de dolor. Se siente por las noches de enrejadas estrellas Es un canto al dolor, barcos perdidos en oscuros y manglares.

Culpables no son los viajeros infinitos. Son olas que braman en selvas de Gerbasi, y buscan un recuerdo, la imagen de aquel padre y de una vieja aldea de nubes y caracolas. Los mares se cruzaron con la fiebre de los ríos, con llagas del espanto y sonidos del silencio, renacen cada día, en despertar de otras auroras y caminan por las cumbres con lejanías y nieblas.

Los poemas de los otros parecen versos ausentes de horizonte por su vasta extensión. Se posan desde entonces sobre alas del velero, sobre verdor intenso. Selvas encantadas. Son poemas que se cargan con olores de la tierra, que se abrazan a la vida en cada atardecer. Son poemas que se escuchan desde montañas y ríos con canto cristofué y cocotales al viento.

El poema de los otros trae sal a los ojos de algún otro poeta que también los conoció.
BETINA DE LA ROSA EN: ESCRITO CON ALMA
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