jueves, 12 de noviembre de 2020

ABRIL

“La vida es una constante y hermosa destrucción. Vivir es hacer daño. ”Fernando Paz Castillo 

Despierto aprisionado entre orígenes y significados. Las dificultades se asoman esta mañana como una montaña aplastante sobre mis intestinos. Caigo nuevamente arrinconado entre almohadones. Enciendo el televisor, fumo y cavilo. Me conecto con la realidad externa, inmediata y me asquea la situación humana. No decido internarme ahora en inconsciencias. Intento dormir nuevamente para alcanzar el sueño. Las inquietudes regresan como las penas de amor. Traen mentiras como en los viejos tiempos. Con sus afiladas garras intentan drenar mi corazón hasta hacerlo un solo pensamiento, vacío e indiferente. Me siento flotar sobre una nube de miserias que pretende detener mis pasos. Un objeto en este inmenso templo de angustias donde los hombres rezan al odio frente a un altar sin dioses, sin futuro. Nada pasa. Todo es nada. Es masa. ¿Cómo saber si soy yo y no otro, o no morir en el intento de acercarme a mi? En el pasado fui libre e independiente. En asamblea resolvíamos los problemas. Nadie era dueño del poder. Hoy, todos quieren serlo. Hoy, todos defienden su pedazo individual. No existía entonces, la conspiración ni los golpistas. Los campos de concentración surgieron luego. Una imagen se desdobla. La primera, limpia mis dientes mientras la otra, enciende el televisor. Hablan engaños y tiranías. Despierto temeroso y comprendo. Nos quieren quitar el sueño. Debo salir. El televisor se impregna de imágenes y voces nunca vistas ni oídas. Pretenden destruir mi identidad. Se han multiplicado hasta hacerme doler de frustración y miedo. Enmudezco de rabia. En este aparente silencio me anulan como hombre, como mujer, como pueblo. Debo salir. Intento colocar el pantalón entre las piernas y con terror descubro que no hay espacio para ellas. Caigo de espaldas, vencido sobre la cama. Miro al techo mientras un sudor viscoso, frío y secreto me recubre. Mis manos tiemblan al descubrirse en el vacío, en otro sitio, diferente al de sus brazos. La irracional tristeza me aliena con su traje de pena. ¡No existiré mañana! Debo salir o me convertiré en una sombra mutilada asomada a la ventana. Las calles se cubrirán de máquinas, ruidos y podredumbre nuevamente para ocultar la verdadera naturaleza de los miedos. La forma de las nubes auguraron los detalles. Un humo negro en espirales se esparcía sobre el aire. La imaginaria respuesta era una profecía. No saldría a la calle. La libertad plena no existe. Como pude, apagué el televisor y miré. Un grupo de hombres y mujeres. Se levantaban. Estaban condenados por las pasiones mediáticas. La pantalla los entusiasma y conduce hacia el cadalso. Hipnotizados, cometen cualquier atrocidad. Más allá, en otra acera, otros caen ensangrentados a los pies de la anarquía. Despierto. En esa falsa libertad que nos iguala, a la que estaba sometida, demagogia lleva la mejor parte. Colonna se repite en estos tiempos. La vieja sociedad se desintegra y en su lucha, amenaza con llevarse todo. Pero la angustia le reclama a mi estómago. No puedo detenerme. Nada me sostiene, sólo el sueño. Debo levantarme, cruzar la calle y llegar hasta los otros. Pero no tengo piernas ni brazos ni manos ni cara... Debo recuperar el sueño. Me arrastro como puedo hasta la calle y grito: ¡Voy!, ¡Soy sueño! ¡Sueño pueblo! ¡Despierto! ¡Soy pueblo!. Betina, 2001

No hay comentarios.:

Publicar un comentario